“Las fábulas no son libros para niños: son libros en los
que nos convertimos en niños”. VIRGINIA WOLF
Las fábulas del TÍO CONEJO han sido recopiladas de la tradición oral introducida en toda América por esclavos africanos, por los siguientes autores, quienes son nuestras fuentes de inspiración, junto a los fabulistas Esopo, Fedro, Bembo, La Fontaine, Iriarte, Samaniego, Lewis Carroll (Alicia en el País de las Maravillas) y Antoine de Saint-Exupéry (El Principito):
El
norteamericano JOEL CHANDLER HARRIS (Los Cuentos del Tío
Remus); la costarricense CARMEN LYRA (Los Cuentos de mi tía
Panchita, donde el protagonista es el célebre Tío Conejo); los
venezolanos ANTONIO ARRAIZ (Cuentos de Tío Conejo y Tío
Tigre), RAFAEL RIVERO ORAMAS (El Mundo de Tío Conejo), ARTURO
USLAR PIETRI, uno de los intelectuales y escritores americanos más
importantes del siglo xx (El Conuco - la parcela - del Tío Conejo); los
argentinos JULIO ARAMBURU (El Folklore de los Niños) y JUAN
VILLAFONE (El Libro de Cuentos y Leyendas, que narra las aventuras de
Don Juan, el Zorro); los bolivianos ANTONIO PAREDES CANDIA (Cuentos
Bolivianos para Niños, que cuenta las andanzas del Zorro Atoj Antoño y el
Conejo Suttu); FELIPE COSTA ARGUEDAS (La Perdiz y el Zorro)
y TORIBIO CLAURE (Cuentos del Cumpa Conejo).
EUCLIDES JARAMILLO ARANGO |
Los colombianos EUCLIDES JARAMILLO ARANGO (1910-1987), eminente escritor, profesor y funcionario (Cuentos del Pícaro Conejo) y el conocido folklorista MANUEL ZAPATA OLIVELLA (1920-2004), autor del libro Fábulas de Tamalameque (1990), donde "los animales hablan de paz", médico, antropólogo y escritor colombiano, quien es uno de los más importantes representantes de la cultura afrocolombiana por su trabajo por divulgarla, registrarla y preservarla en forma de literatura, investigaciones sociales, artículos de prensa, eventos académicos y programas de televisión y radio, y en la obra citada cultiva por primera y única vez este género tan antiguo como exigente.
MANUEL ZAPATA OLIVELLA |
A través de su obra FÁBULAS DE TAMALAMEQUE, el autor nos lleva de la mano por los comportamientos y las animadas conversaciones entre los animales, en un universo de personajes interdependientes, partes de una cadena que intenta dar respuestas, a partir de su forma de actuar y sus deseos, al dilema de la búsqueda de la paz.
NOTA BIOGRÁFICA: Escritor, novelista, antropólogo, investigador y científico social, Manuel Zapata Olivella (Lorica, 1920 – Bogotá, 2004) fue uno de los afrocolombianos más destacados del siglo XX. A partir de un recorrido por su vida y obra, el documental aborda varios aspectos fundamentales de este polifacético y prolífico personaje, centrándose en dos en particular: el primero, relacionado con sus trabajos de investigación, promoción y difusión de la cultura tradicional colombiana, y el segundo, enfocado en su aporte literario en cuanto a la reivindicación y visibilidad de la cultura y la historia de los negros en el continente americano.
Fuente: https://manuelzapataolivella.co/
Accede al Libro al Viento: Fábulas de Tamalameque |
En la obra hay una narración
principal que ocupa la mayor parte del relato: los animales, liderados
por Tío Conejo, se juntan para alcanzar la paz y dentro de este gran relato se
incorporan otras historias.
Las Fábulas de Tamalameque, escritas por Manuel Zapata Olivella, e ilustradas por Rafael Yockteng, son un conjunto de
fábulas que pueden ser exploradas de forma individual o como capítulos de una
novela infantil, donde los animales se reúnen buscando conseguir la paz entre
ellos, a la vez que nos permite conocer las especies vegetales, animales y la
cultura local de una región colombiana del departamento del Cesar: Tamalameque.
Me contaba mi abuelo, dijo CARLOS SANCHEZ TORREALBA, que a las personas brillantes, prodigiosas en sus maneras de comportarse, les decían: ¡Ese es un caimán! Y por eso les digo: Tío Caimán también tiene su cuento.
Una fábula rusa
Viernes 25 de marzo de 2022
MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN
Doctor
en Filología Clásica
MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN |
J.
Rousseau, en el segundo capítulo de su inmortal Emilio se horrorizaba espantado
ante quienes usan las fábulas de La Fontaine, en las que laten las historias
clásicas de Esopo, Fedro, Babrio o Aviano, para enseñar a un niño a leer. Como
estas fábulas, además de leer, quieren enseñar a la infancia que el fuerte
impone su ley al débil, que el astuto triunfa siempre sobre el alma cándida y
sencilla del hombre bienintencionado, que bobo es aquel a quien engañan los
pícaros, que los buenos aduladores son los mejores traidores, afilando el puñal
para clavárselo en la espalda más hondo a sus víctimas ( ésta la saben
practicar muy bien los que viven actualmente del Partido Popular ), que se debe
amar el vicio con que sacar ventaja de los defectos de los demás, o que debemos
hacer gala siempre de la santa inhumanidad que la hormiga exhibe ante la
cigarra, este género literario sería la forma literaria suprema que tienen los
maestros para iniciar en el vicio a sus escolares. Y la verdad es que encontrar
argumentos con los que contrarrestar la posición moral que tiene el siniestro
ginebrino frente a este género literario, hijo de una pura figura literaria, no
me es fácil. Afirmar en la exquisita elegancia de la fábula la realidad inmoral
en la que tantas veces vive el hombre para sobrevivir es algo que a cualquier
moralista tiene que parecer antipático, máxime cuando la brevedad sentenciosa
del género no da lugar jamás a la reflexión de expresar que aunque las cosas
son así, “no deberían ser así”. Sin embargo, también existen fábulas del propio
Esopo en prosa, y traducidas al verso en latín por Fedro, en las que no siempre
la realidad tiene la inmoralidad inhumana de la mayor parte de las fábulas
esópicas, y en las que su belleza y gracia literarias se acoplan perfectamente
con su primor moral. Estas fábulas moralmente defendibles pasaron también a
Babrio, a Aviano, a Bembo, a Gildon, a Lessing, a La Fontaine, a nuestros
Iriarte y Samaniego y, naturalmente, al fabulista por excelencia de la
literatura rusa, el moscovita Iván Krilov. Desde luego fue el siglo de la Ilustración,
el siglo XVIII, el gran siglo que resucitó la fábula, y con la que según
Rousseau, el joven exhibicionista que asustaba a las señoritas en los parques
de Lago Leman, se enseñaba a leer a los niños.
La
moraleja de la fábula no fue un componente original de la fábula, pura figura
literaria de la alegoría o parábola, sino que fue añadido a partir de Demetrio
de Falero, discípulo de Teofrasto, como “epimýthion” o “epiphonêma”. Era la
propia inteligencia moral del lector quien a la postre decidía su sentido
moral. Los animales suelen representar cada uno un personaje moral sobre el que
ya hay un consenso previo con el lector. No obstante, algunas veces, el
personaje depende más de la situación que de su propia especie.
Pues bien, la guerra económica que se está dando entre Europa y Rusia me recuerda una encantadora fábula de Iván Krilov: “Al pie de encina secular, un cerdo/ comiendo estuvo hasta llenar la andorga;/ luego allí mismo echó su siestecita,/ y, al fin, juzgó oportuno levantarse./ Entonces fue y se puso con su hocico/ a mirar de la encina las raíces./ En las ramas posada, una corneja,/ - Mira que al árbol dañas – le advirtió -,/ si lo dejas sin raíz, podrá secarse,/ - Pues por mí que se seque – dice el cerdo -./ No tengo que apurarme lo más mínimo,/ que bien escasa utilidad le veo;/ que tan sólo me importan sus bellotas./ -¡Ingrato! – le reprocha aquí la encina -/ verías que esas bellotas que te engordan/ soy yo quien las produce, ¡so gaznápiro!” ( Traducción de Rafael Cansinos Assens ). Es evidente que en la interpretación anacrónica de esta fábula los actores de la misma dependerán del lado de la trinchera en que se encuentren los hermeneutas. ¿Quién hoy personificará la encina? ¿Quién el cerdo? ¿Quién la corneja? La encina es un personaje que aparece pocas veces en la fábula clásica; dos veces en Babrio y una sola vez en Esopo. Suele representar la resistencia que tienen los que no ceden ante enemigos más fuertes y que, por ello, a diferencia de la caña, se les arranca de raíz.
Esto es, son tenaces pero carecen de astucia. El cerdo es un personaje que no aparece en la fábula clásica, aunque sí en la medieval, y tiene su máximo protagonismo en la obra de George Orwell, Animal Farm, en la que el cerdo nos previene contra el amor, la mayor traición contra el Estado, y sus gruñidos fundamentan el Ministerio de la Verdad. La corneja es también un personaje minoritario en la fábula clásica, apareciendo sólo tres veces en el gran Esopo. Suele aparecer como envidiosa de los cuervos – que, a diferencia de ella ofrecen oráculos certeros – y, a la vez, tenaz en su devoción para con los dioses, a los que ofrece continuas plegarias y sacrificios, a fin de estar siempre a bien con ellos.
En realidad, la fábula clásica nos da una visión del mundo holística, una ontología del ser definido por su propia interdependencia, que nos puede recordar la hipótesis de Gaia de Lovelock o la ontología de Aldo Leopold. Desde esa perspectiva holística no hay fronteras entre las especies, todo está interrelacionado. No existen cosas aisladas. Todo interacciona con otras cosas, de suerte tal que todas las cosas concurren y forman un mundo como sistema. “Todo está en todo”, que diría Anaxágoras. El hombre pertenece a la misma comunidad moral en la que se insertan la encina, la corneja y el cerdo de Krilov. Finalmente, cuando observamos la guerra nos percatamos inmediatamente de que de todas las ramas de primates que han existido, el hombre viene de la más sanguinaria y neurótica, la del chimpancé.
IVÁN KRYLOV (1769-1844) |
LA ZORRA Y EL CONEJO (Cuentos de Rusia)
Esta
animación de Yuri Norshtein de 1973 está basada en un cuento tradicional ruso.
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