FÁBULA

 

Juan Carlos Dido

"Teoría de la fábula"

 



Desde aquellos orígenes lejanos ligados a la génesis de las comunidades humanas, la fábula se desarrolló en una doble vertiente. Por un lado, la fábula popular, creación anónima arraigada en los núcleos sociales, conservadas, transformadas y multiplicadas por la tradición oral; por otro, la fábula literaria, escrita por un autor con una intención artística íntimamente unida a otra de índole preceptiva, sociológica, ética o filosófica que, con ciertas reservas, caracteriza al género.

 Esta vinculación entre la fábula popular y la literaria fue perdiendo fuerza y, con el tiempo, cada tipo identificó a una forma de creación diferente. El correspondiente a la tradición oral se manifestó en abundante creación de cuentos populares, y el tipo literario encontró en todas las épocas y países cultores que reformulaban los ejemplos tomados de autores anteriores y agregaban sus aportes originales. Por otra parte, la fábula fue afianzando su estructura propia, consolidando su identidad frente a otras piezas que tenían con ella algún punto de contacto, pero se diferenciaban en aspectos específicos.

 La fábula y la ética

 Es común asociar la fábula con la moral. En la defensa de la función ética de la fábula se argumenta el papel que en ese sentido cumplieron las composiciones más antiguas en la India y Arabia, dentro de la tradición oriental, y en el mundo occidental alcanzado por la tradición grecolatina. También se menciona a prestigiosos fabulista modernos, La Fontaine, Samaniego, Iriarte, adjudicándoles una intención moralizante presuntamente definitoria del carácter de sus obras.

 Precisamente, la identificación del propósito fabulístico con el fin ético, sustentó la convicción de que la fábula configuraba un tipo de literatura pedagógica adecuada para la formación moral de los niños. Sin embargo, la función ética de la fábula no es ni evidente ni obligatoria. El carácter preceptivo de la moraleja no es razón suficiente para considerar a la finalidad moral como el objetivo principal. Es verdad que se podría conformar una amplia colección de ejemplos en los que la enseñanza ética es la intención dominante. Pero también es posible integrar otra colección igualmente significativa en la que el contenido moral no tiene peso decisivo e, inclusive, poseen carácter francamente antiético. Contenido apológico no significa principio ético; enseñanza, en el sentido de precepto, no significa educación; moraleja no significa moral.

 La moraleja es elemento constitutivo de la fábula, Pero no siempre tiene expresión proverbial ni es necesario que figure explícita. Ciertas connotaciones adquiridas por el vocablo contribuyen a confundir. Por un lado, moraleja alude a principio moral. Por otro, apunta a una observación poco sólida, próxima a la moralina más que a la ética. Principio, sentencia, conclusión, tesis, traducen mejor el espíritu que alienta en la fábula y que el vocablo moraleja apenas roza.

 Ese espíritu de las fábulas no siempre estimula una conducta edificante. Si se quiere poner de relieve el contenido ético de la fábula, previamente se deberán escoger aquellas que pueden considerarse fábulas morales. El fabulista no da normas de conducta para que adopten los lectores. Su actitud consiste en mostrar los principios, intereses, valores, relaciones que observa en los comportamientos humanos. El fabulista no dice: hagan esto. Sólo plantea: esto sucede entre las personas: reflexionen.

La fábula y la infancia

La fábula ha sido interpretada como parte de la literatura infantil. Lo prueba la abundancia de ediciones del género dedicadas a la infancia. De hecho, la publicación de fábulas en nuestra época se realiza principalmente en volúmenes dirigidos a los niños. Se adapta el lenguaje de los textos si los originales tienen léxico difícil y se agrega generosa ilustración en atractivos colores. Todo esto está muy bien. Pero ¿es la fábula un género literario infantil o se le adosó el público pequeño por motivos extraliterarios?

Muy pocos autores han escrito sus fábulas específicamente para los niños. Samaniego declara que las suyas estaban destinadas a los alumnos del seminario vascongado. Pero no eran aquellos estudiantes lo que son ahora nuestros infantes. Si hubiera escrito pensando exclusivamente en adultos, no las habría redactado diferentes. Únicamente pertenecen a la literatura infantil las fábulas infantiles. Ocurre que algunas resultan útiles por sus intenciones o por su simplicidad para ponerlas al alcance de los niños. Pero hay pocas con tales requisitos. Por eso es tan reducido el número de fábulas que se publican para ellos. Son las mismas, no más de cincuenta, que varían la presentación en formato e ilustraciones. Esta minúscula proporción es indicio claro de que la fábula no es un género infantil.

 Cuestión diferente es preguntarse si las fábulas agradan a los chicos. Hoy, la literatura infantil, como especialización de la creación literaria, ha alcanzado un desarrollo interesante. Responde al funcionamiento de la fantasía propia del niño y atiende sus expectativas y requerimientos con el auxilio de la psicología infantil. La estructura y los contenidos fundamentales de la fábula no responde a las exigencias de su imaginación. Historias fantásticas, cuentos maravillosos, relatos de ciencia ficción, aventuras extraordinarias se ajustan mejor a sus expectativas. La fábula, en general, es un género severo, ascético. Necesita de una imaginación fértil, pero controlada, que estreche la libertad de maniobra de los personajes y los mantenga en línea directa con el contenido demostrativo.

 Vossler asegura, refiriéndose a las fábulas de La Fontaine, que no son para niños. Su juicio es terminante. Dice que La Fontaine no era educador y tal vez no haya ningún poeta auténtico que lo sea en verdad. Al recordar conceptos de Saint Beuve, afirma: “Este La Fontaine que se da a leer a los niños es como un vino rojo viejo, que cuando mejor sabe es cuando se ha pasado ya de los cuarenta.” [4]

 Tal vez no resulte indispensable tener esa edad para disfrutar de las fábulas. Pero es seguro que los niños no gustarán de ellas ni descubrirán valores literarios, a menos que se trate de fábulas infantiles. Y entonces el mérito reside en el respeto al género infantil, no al fabulístico. La fábula es género que se dirige al adulto, por su estructura y por actitudes que los autores transfieren al texto como ingredientes inseparables: sutileza, ironía, amargura, decepción, recelo, crítica.

Fuente: Teoría, Crítica e Historia (ensayistas.org)

 

CONSERVA ACTUALIDAD EL CLASICO DE TOMAS DE IRIARTE (1750-1791)

Críticas literarias puestas en fábula

03.09.2023

POR JUAN MARÍA VENIARD

 



La fábula es un relato donde se presentan animales que poseen raciocinio como los humanos pero conservando sus propias características dentro de un mundo generalmente contemporáneo, de culturas diferentes según los autores que las cultivaron: la griega en Esopo, la francesa en La Fontaine, la española en Iriarte y Samaniego, la argentina del Litoral en Gerónimo del Rey (Leonardo Castellani). En ellas, el zorro es astuto, el león es dominante pero tosco, la urraca es ladrona y el burro es burro.

Fue un género para grandes ingenios, que pretende la crítica moral y social por medio del diálogo que llevan a cabo los animales y, en ocasiones, un ser humano o algunos objetos de uso cotidiano que también poseen entendimiento. De modo que presenta una moraleja, a cargo del relator y hasta un mote final donde se diga: “...no te ocurra lo que al animal de mi fábula.”

Muchas de estas fábulas, que son composiciones de reducidas proporciones, han llegado a ser famosas y a pertenecer a la cultura tradicional de los pueblos, sin fronteras porque han pasado traducidas de nación a nación. Entre nosotros también las hubo desde antiguo, así las de Esopo en versos castellanos, requeridas como material didáctico. Más tarde también aparecidas en canciones escolares, como las de Samaniego puestas en música por el músico argentino Julián Aguirre, o las reproducidas en los libros de lectura, de donde algunas se memorizaban aún sin que lo solicitaran los maestros, entre ellas: “La cigarra y la hormiga”, de Samaniego o “Los dos conejos”, de Iriarte.

 VICIOS Y CRITICOS

 Tomás de Iriarte, en el siglo XVIII, produjo unas Fábulas literarias (1782) en versos rimados, que no viene a indicar su título que se trate de Literatura sino del mundo literario (1). De modo que hay referencias a vicios de literatos y críticos en la especialidad. Es así que algunos se habrán visto retratados, no haciéndose simpática para ellos algunas de sus advertencias y opiniones. También manifiesta una cerrada defensa personal. Sin duda el hombre revela, en su sesenta y seis fábulas reunidas en un tomo, fastidio por las críticas recibidas o que veía aplicar a otros, que justipreciaría de inconducentes cuando no de injustas, en aquello que los artistas siempre se han quejado: “la crítica es fácil, el arte es difícil”.

 Iriarte, que vivió entre 1750 y 1791 presenta, en sus Fábulas literarias, algunas tan célebres como “El burro flautista”; “La abeja y los zánganos”; “Los dos conejos”, “La abeja y el cuclillo”; “La música de los animales”, entre otras muchas. En ellas marca, sin concesiones, los pretensiones de los mediocres por aparentar y también criticar. De modo que: “Guárdese para su regalo / esta sentencia un autor: / Si el sabio no aprueba, ¡malo! / si el necio aplaude, ¡peor!”. Y esta otra, también general: “Y así, tenga sabido / que lo importante y raro / no es entender de todo, / sino ser diestro en algo.” También, según dice que dijo la abeja: “En obra de utilidad, / la falta de variedad, / no es lo que más perjudica; / pero en obra destinada / sólo al gusto y diversión, / si no es varia la invención, / todo lo demás es nada.”

 Para el lector severo y necio presenta la ocurrente fábula –que incluye una zancadilla– “El ratón y el gato” en la que advierte que, tratando de Esopo, “He de poner, pues que la tengo a mano, / una fábula suya en castellano.” Presentado los versos del diálogo sostenido entre ambos animales, señala: “...la fabullilla / puede ser que le agrade y que le instruya. / [...]. Pues mire usted: Esopo no la ha escrito; / salió de mi cabeza; [...]. Ya que antes tan feliz le parecía, / critíquemela ahora porque es mía.”

 Aparte de reconvenciones por el estilo, tiene fábulas dedicadas y referidas a los críticos, donde en una advierte: “Aunque renieguen de mí / los críticos de que trato, / para darles un mal rato, / en otra fábula aquí / tengo de hacer su retrato.” También: “Cuando en las obras del sabio / no encuentra defectos, / contra la persona cargos / suele hacer el necio”, en “El cuervo y el pavo”, donde ambos a volar se desafían en una carrera y como el pavo no puede alcanzarlo le grita al cuervo todo lo malo que de él se dice, para lograr que se detenga. Algo muy usado aún en el tiempo actual.

 Respecto del hacer literario, critica a los creadores que se valen de trabajos de otros, de los que se alaban entre sí y, en una especial fábula, de los cambios que se van produciendo como novedades que todos alaban, olvidando y no reconociendo al que produjo la novedad primera. Lo expone en la excepcional “Los huevos”, donde en una de las islas “más allá” de las Filipinas, “...jamás hubo casta de gallinas, / hasta que allá un viajero / llevó por accidente un gallinero.” De modo que allí cocinaron huevos pasados por agua “...que el viajante / no enseñó hacerlo de otros modos”. Pero uno descubrió hacerlos estrellados: “Oh! ¡Qué elogios se oyeron a porfía / de su rara y fecunda fantasía”. Y así relata que se van preparando de otras maneras, hasta quien inventó la tortilla “Y todos claman ya: ¡Qué maravilla!”. Luego vienen revueltos y en guiso, y “toda la isla se alborota”. Y más tarde los reposteros los crean “moles, dobles, hilados / en caramelo / en leche...” Remata: “Al cabo todos eran inventores, / y los últimos huevos los mejores.” Y un anciano les dijo: “Presumís en vano / de esas composiciones peregrinas / ¡Gracias al que nos trajo las gallinas!” Y remata: “Tantos autores nuevos, / ¿No se pudieran ir a guisar huevos / más allá de las islas Filipinas?”

 No olvidó ocuparse de las obras llevadas a cabo en equipo, tan comunes en nuestro presente y que deben haber sido también en el suyo. En La música de los animales da fin a “la jácara que les canto” –a imitación, en el texto, de ese tipo de unipersonal de escena de entonces– de la siguiente manera: “Cuando trabajando a escote / tres escritores o cuatro, / cada cual quiere la gloria, / si es bueno el libro o mediano, / y los compañeros tienen / la culpa, si sale malo!” De esos trabajos en conjunto se ocupa también en “Los cuatro lisiados”, ciego, manco, cojo y mudo, que escriben una carta. Advierte el autor que aunque hubo testigos de la ocurrencia: “Bien pudiera sospecharse / que estaba adrede inventada / por alguno que con ella / quiso pintar lo que pasa / cuando, juntándose muchos / en pandilla literaria, / tienen que trabajar todos / para una gran patarata.”

 También se refiere a los poetas, comparando sus obras con la caña que cayó al río, y dice la rana (en: “La rana y el renacuajo”): “"Por de fuera muy tersa, muy lozana; / por dentro toda fofa, toda vana. / Si la Rana entendiera poesía, / también de muchos versos lo diría.”

 RECONVENCION

 No ha perdido actualidad, ni parece que ha de perderla, la reconvención que hace el hurón y que deja al cazador “...tan sereno / como ingrato escritor / que del auxilio ajeno / se aprovecha, y no cita al bienhechor.” Y también de actualidad: “Pero es mucho más extraño / que hombre tenido por culto / aprecie por el tamaño / los libros, y por el bulto.”

 Algunas tienen rasgos cómicos y otras lo son directamente. Así, en “El gato, el lagarto y el grillo” hace burla, en versos dodecasílabos, de un gato “... pedantísimo retórico, / que hablaba en un estilo tan enfático / como el más estirado catedrático. ” Y al fin: ...”que hay quien tiene la hinchazón por mérito, / y el habla liso y llano por demérito”, cerrando su fábula: “Caiga sobre su estilo problemático / este apólogo esdrújulo enigmático.”

 También utiliza, con soltura, la décima espinela (en “El pedernal y el eslabón”), que a los amigos de las cosas criollas tanto nos agrada, donde expresa con los sonoros versos que la caracteriza: “Este ejemplo material / todo escritor considere / que el largo estudio no uniere / al talento natural. / Ni da lumbre el Pedernal / sin auxilio de Eslabón, / ni hay buena disposición / que luzca faltando el arte. / Si obra cada cual aparte, / ambos inútiles son”.

 Otras son muy duras, como para ganarse por siglos, animadversión: “Si el que es ciego y lo sabe, / aparenta que ve, / quien sabe que es idiota, / ¿confesará que lo es?” (“El topo y otros animales”). También: “Algún mal escritor, al juicio apela / de la posteridad, y se consuela.” (“La cabra y el caballo”). Mas también: “¿De aprender se desdeña / el literato grave? / Pues más debe estudiar el que más sabe.” (“El ruiseñor y el gorrión”).

 Perece evidente que Tomás de Iriarte padeció y habría de padecer en el futuro, a los que no valoraban su arte y lo hacían público. Hemos hallado un comentario, en cien años posterior a la aparición por primera vez de sus fábulas literarias, donde se lo continúa menospreciando. Éstas se habían reeditado hasta ese momento pero parece que la animosidad que despertaban, después de haber desaparecido la animosidad que padeció él mismo en vida, continuó vigente.

 BURRO FLAUTISTA’

 En 1885, la revista semanal La Ilustración Española y Americana publicó un dibujo de Martín Rico y Ortega –pintor que estuvo relacionado con esa publicación–, que ilustraba la hoy famosa fábula “El burro flautista”. Como toda ilustración allí aparecida tuvo su comentario en la sección Nuestros Grabados, por anónimo comentarista, que expresaba:

 “Retratar al lápiz una fábula, con pasmosa fidelidad en los rasgos que señalan el lugar, la acción y la moraleja: he ahí el género artístico, nuevo en España, que inaugura en este periódico el maestro D. Martín Rico, el inimitable paisista [sic], en el dibujo original que tenemos la satisfacción de presentar [...].

 La fabulilla El burro flautista, del honrado Iriarte con ser tan prosaica, ha tenido un intérprete que sabe poetizarla: ahí se ven los prados de áspero herbaje, las cercas de adobes, algunos escuetos árboles, el campanario del lugar, la flauta olvidada por el zagal y el Borrico que se acerca a olerla, y dio un resoplido y la hizo sonar, y... se enorgullece ‘con la música asnal’.

 Vivamente deseamos que no sea esta composición la única de tal género: Iriarte y Samaniego merecen que en sus fábulas se recree el preclaro ingenio de Martín Rico” (2).

 Para el cronista, los versos del honrado Iriarte, tan prosaicos –esto es: que en literatura adolecen de prosaísmo, o sea falta de armonía o de carácter poético en los versos– merecían quien supiera poetizarlos, como también los de Samaniego, recreados por un preclaro ingenio del arte del caballete.

 En la ilustración de referencia al menos se incluyó la crítica moraleja: “Sin reglas del arte / Borriquitos hay, / que una vez aciertan / por casualidad.” Pero el fabulista autor de su tomo con escuetos y picantes versos, ya le había advertido cien años antes al desconsiderado cronista del siglo XIX: “Cobardes son y traidores / ciertos críticos que esperan / para impugnar, a que mueran / los infelices autores, / porque vivos, respondieran.” (“La lechuza y los perros y el trapero”).

 En lo personal quedamos justificados por él, en lo que hemos aquí brevemente tratado, con esto de que: “La máxima es trillada, / mas repetirse debe: / No escriba quien no sepa / unir la utilidad con el deleite.” (“El jardinero y su amo”).

 Notas.

 1. Edición consultada: Fábulas Literarias por Don Tomás de Iriarte. Nueva edición ilustrada por P. Muguruza, Madrid, Espasa Calpe, 1935, ed. orig., 1915.

 2. “El burro flautista (Dibujo original de D. Martin Rico)”, en: La Ilustración Española y Americana, Madrid, 30 de septiembre de 1885, a. 29, n. 36, t. 2, p. 179 y p. 184.

Fuente: Críticas literarias puestas en fábula - Cultura | Diario La Prensa